El 21 de septiembre del año que
corre se celebra el vigésimo quinto aniversario de la muerte de John Francis
Pastorius III, más conocido como Jaco Pastorius. Durante años, en las páginas
de Bajo Mínimos, evité hacer excesivas referencias a su trabajo, a su persona y
a su leyenda, por entender que estas eran tratadas, de sobra, en otros libros,
vídeos, etc. Y por entender, aun consciente de su importancia para el mundo del
bajo, que no todo es Jaco en esta vida, y que cualquier plato favorito,
consumido de forma compulsiva, termina por empachar. Ahora, sin embargo, se me
hace injusto no mencionar su papel en el desarrollo del bajo eléctrico, por ser
una pieza esencial.
Para
quien no lo conozca, cosa rara entre bajistas, valdría la famosa cita: fue el
Jimi Hendrix del bajo eléctrico. Para quien lo conozca, sobra toda definición,
incluso el resto del artículo. Por mucho que se escriba sobre él, su música
tendrá siempre la palabra. Una cualidad del lenguaje musical. He dicho que es
esencial, porque sin él no puede entenderse el bajo hoy en día. Cierto, otros
grandes bajistas han hecho evolucionar áreas concretas, como el slap, pero Jaco fue uno de los que más
hizo progresar el bajo en menos tiempo, por no decir el que más.
Desde
luego, ya digo que no estaba solo. En 1976 había espectaculares bajistas
recorriendo los escenarios del mundo. Stanley Clarke había sacado su disco
debut dos años antes, en 1974, y Bootsy Collins hacía las delicias de los
espectadores en la banda de James Brown. Ese año salió a la venta “Black
Market”, disco de Weather Report donde encontramos los dos primeros temas con
Jaco en el bajo, y también se publicó “Jaco Pastorius”, su disco debut en
solitario. En los cinco años que siguieron, el bajo experimentó una revolución
en sus posibilidades de expresión que llega hasta nuestros días. La figura de
Jaco viene a condensar ese esfuerzo común de multitud de bajistas, a lo largo
de décadas, para sacar al bajo de un rol de actor secundario y encumbrarlo con
todos los honores. Psicológicamente, además, supuso una gran inyección de moral
en los bajistas. El bajo no volvería a ser un instrumento “de paquetes”.
Casi
todo lo que se cuenta sobre Jaco es verdad, lo bueno y lo malo. Dicen que los
defectos humanizan a los héroes. Su vida es una gran novela, ya que tiene todos
los ingredientes. No seré yo quien le juzgue por esta anécdota o aquella, y
menos quien pretenda darle ejemplo. Me quedo con su música, abrazo su faceta
creativa. Su vida era asunto suyo. No creo que deban mezclarse. Sus logros
musicales le colocan en un lugar destacado del Olimpo de los bajistas. Los
genios no pasan desapercibidos. Todos podemos hacer cosas geniales, pero
alcanzar destreza con el bajo en un corto periodo de tiempo es exclusivo de
ellos. Se les puede admirar sin llegar a deificarlos; se les puede ―y debe―
estudiar, sin llegar a obsesionarse; se les puede tomar como referencia, sin
frustrarse. Que nuestro celo no nos impida disfrutar de su música.
Si la figura de Jaco ejerce un influjo algo
más universal que la de Stanley Clarke solo puede deberse a una cosa: la
variable “rock”. Stanley, que es el otro gran bajista de los años setenta,
que no rivaliza con Jaco, puesto que se complementan en cuanto a estilo,
siempre fue más distante. Y, por lo que sea, el jazz no llega a tanta gente
como el rock y el pop. Jaco era jazzista como el que más, pero supo meterse en
el bolsillo a públicos de muy variado pelaje. Tal vez por su personalidad, o
tal vez por estilo más accesible de Weather Report, en contraste con los sosos
Return To Forever. El espectáculo que montaba Jaco en directo, mientras
ejecutaba su solo de bajo, es algo que no imaginamos en Stanley Clarke.
Esparcía polvos de talco sobre el escenario, antes de la actuación, y en el
momento de ejecutar el solo se situaba sobre los polvos de talco y se ponía a
patinar. Trucos, sí, alardes, teatro y todo lo que se quiera. Pero, ahí está.
Se
ha mencionado a Jimi Hendrix porque hay cierto paralelismo. Ni Hendrix inventó
el pedal wah-wah, ni Jaco el bajo sin
trastes, pero ambos escudriñaron tan a fondo sus posibilidades que una escucha
atenta a sus grabaciones vale más que dos años de clases. El límite de todo
profesor son las grabaciones. Ellas enseñan lo que él jamás podrá explicar tan
claro. Al fin y al cabo, se trata de música. Al igual que Hendrix, Jaco
encuentra su propia voz, su sonido característico. Los muy tunantes dejaron
poco espacio para los que vinimos después. Dicen que Schubert, tras escuchar uno
de los “Cuartetos Tardíos”, de Beethoven, dijo: “Después de esto, ¿qué nos
queda a los demás por componer?”.
El mismo efecto produce Jaco, el de disponerte a vender el bajo y dedicarte a otra cosa. No lo hacemos porque, al mismo tiempo, nos convence de lo bien que puede sonar un bajo. Nos invita a seguir practicando para sacar un sonido que, aunque no llegue a ser el suyo, sea algo nuestro y que nos guste. De alguna forma, motiva. Sirve de inspiración, sobre todo en épocas de bloqueo musical. Una forma de tocar que puede desatascar tu mente, entre otras propiedades benéficas.
El mismo efecto produce Jaco, el de disponerte a vender el bajo y dedicarte a otra cosa. No lo hacemos porque, al mismo tiempo, nos convence de lo bien que puede sonar un bajo. Nos invita a seguir practicando para sacar un sonido que, aunque no llegue a ser el suyo, sea algo nuestro y que nos guste. De alguna forma, motiva. Sirve de inspiración, sobre todo en épocas de bloqueo musical. Una forma de tocar que puede desatascar tu mente, entre otras propiedades benéficas.
Hasta aquí tenemos un Jaco
como complemento de Stanley Clarke, renovador como Hendrix y espectacular como
Bootsy Collins. Y también, jazzista como el que más. Como Mingus, que asombró a
los jazzistas de su época con su dominio del contrabajo, liderando eternas jam-sessions nocturnas en los clubs de
Nueva York. O como Scott LaFaro, que también dominó el contrabajo a una
temprana edad. Jaco proyectó todo el jazz de Charlie Parker en el rock, le
añadió una dosis de funk y, ya de paso, algo de música clásica. Un cóctel
apetitoso que todo bajista debería probar alguna vez. Escuchémosle.
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