De todos los intervalos que podemos producir, mientras tocamos una línea de bajo, hay dos que podemos utilizar a modo de comodín: la quinta y la octava. Antes de seguir repasemos someramente el concepto de intervalo: es la distancia que hay entre dos notas tocadas sucesivamente. Si las tocamos simultáneamente, aunque no dejan de formar intervalos, constituyen acordes, también posibles y hasta comunes en el bajo, pero que se apartan de su función de acompañamiento típico, por lo que los dejaremos fuera en este artículo.
Tocando siempre la misma nota no producimos ningún intervalo, en todo caso un unísono. Una línea de bajo, por tanto, o cualquier melodía, está compuesta de intervalos. Los intervalos se nombran según el número de orden que les corresponde siguiendo la escala diatónica con respecto a la primera nota de los mismos, y van acompañados de adjetivos tales como justos, mayores, menores, aumentados y disminuidos.
Es decir, dada una escala de C (C, D, E, F, G, A, B), si tocamos un C y después hacemos sonar un G, el intervalo que se forma es una quinta, pues G hace el número cinco. Y una octava no es más que la nota de origen (C en este caso), pero desplazada una octava, tanto en sentido ascendente (más agudo) como descendente (más grave). Estudiemos estos intervalos, primero, por separado. Los Ejemplos 1a y 1b, muestran la posición sobre el diapasón.
La quinta
Aquí nos referimos a lo que, en armonía clásica, se denomina quinta justa, que está a distancia de siete semitonos a partir de la nota de origen, lo que en el caso del bajo (o la guitarra) supone siete trastes. Las quintas, además de justas como la que acabamos de ver, pueden ser aumentadas (de C a G#, ocho semitonos) o disminuidas (de C a Gb, seis semitonos).
Estas dos últimas no son tan comunes como las justas, ya que van asociadas a acordes aumentados o disminuidos, que toman su nombre precisamente de la quinta, mientras que el resto de acordes, ya sean mayores o menores, funcionan con quintas justas. La quinta justa (en adelante, simplemente quinta) ofrece un sonido casi neutro, armónicamente hablando.
En una pieza que prescinda tanto de acordes aumentados como de disminuidos, la mayoría en géneros de música pop o rock, con sólo la tónica del acorde y su quinta podemos forjar todo un sinfín de acompañamientos. La mayoría de los patrones rítmicos empleados en música latina utilizan casi exclusivamente estas dos notas.
Siempre queda bien, por lo que es un comodín a la hora de improvisar o construir una línea de bajo, con la única limitación de ser un recurso muy visto y que aporta poco de original a la pieza. Pero nuestro acompañamiento siempre será “correcto”. La quinta funciona tan bien que, sobre todo en el caso de la dominante (G7 si estamos en C), se puede tocar, incluso se “debe” tocar antes que la tónica, como se muestra en el ejemplo 2. Un truco que nos libra de tropezar, puesto que la quinta de un acorde de C (I grado) es la tónica de G7 (V grado).
La octava
En realidad es la misma nota que la tónica, sólo que desplazada once semitonos tanto arriba como abajo en el pentagrama o el diapasón. Su color es todavía más neutro que la quinta, porque nos mantenemos en la misma nota. Pero, aunque no cambiemos de color, el cambio de octava produce un matiz de profundidad que es lo que le da carácter. Es como cambiar de nota sin cambiar de nota. Claramente, lo único que hemos variado es la altura, que junto con el timbre y la intensidad son las características del sonido.
5 + 8 no siempre son 13
Utilizadas conjuntamente, la quinta y la octava ofrecen un montón de posibilidades “correctas” para ejecutar un acompañamiento, casi sin pensar, como puede verse en el ejemplo 3, una sencilla línea de bajo para enlazar acordes:
Y como se ha dicho, son la base de innumerables patrones rítmicos utilizados en estilos tan diversos como mambo, vals, cha-cha-cha, salsa, rumba, country, two-step o rag-time, algo que saben muy bien todos los bajistas de pachanga. Los ejemplos 4a, 4b y 4c ofrecen una pequeña muestra. El ejemplo 4a es un patrón de rumba:
El ejemplo 4b es un patrón de bossa nova:
El ejemplo 4c, por último, es un patrón de country:
Se trata de intervalos neutros porque apenas exploran la armonía del acorde sobre el que se ejecutan. Apenas aportan color al mismo como lo haría una tercera (que define la naturaleza del acorde) o una séptima. Pero precisamente por eso pueden ejercer, sin problemas, como esqueleto de cualquier acorde, a excepción de los aumentados y disminuidos, en los que bastará con aplicar la quinta correspondiente.
En algunos estilos, incluso, son preferidos por su falta de color. Allí donde se requiere un bajo sin adornos, como simple motor rítmico junto con la percusión. Es el caso de estilos de baile, como la salsa y derivados, en los que el bajo está más llamado a mantener el ritmo que a lucirse con floreos. También, ejecutados sucesivamente, primero quinta y después octava, añaden profundidad o volumen a nuestra línea de bajo sin apenas cambiar el color.
Es decir, lo contrario que el resto de intervalos. En resumen: la opción idónea cuando se prefiere que la riqueza armónica del acorde, modo, escala o tonalidad no sea definida por el bajo, sino por otro/s instrumento/s o por ninguno, con finalidades expresivas o estéticas.